El cisne dobló su flexible cuello sobre el agua y se miró largo tiempo.
Entonces comprendió la razón de su cansancio y de aquel frío que atenazaba su cuerpo, haciéndolo temblar como en invierno. Con toda certeza supo que su hora había sonado y que debía prepararse para morir.
Sus plumas eran tan blancas aún, como el día en que naciera. Habían recorrido las estaciones y los años sin manchar su hábito inmaculado; ahora podía irse, concluir bellamente su vida.
Alzando el hermoso cuello, se dirigió lento y solemne hacía un sauce donde solía reposar los días cálidos. Era ya de anochecida. El crepúsculo teñia de púrpura y violeta el agua del lago.
Y en medio del gran silencio que descendía ya sobre el lugar, el cisne comenzó a cantar.
Nunca antes había encontrado acentos tan llenos de amor por la naturaleza, por la hermosura del cielo, del agua y de la tierra, su canto dulcisimo se esparció por el aire, velado apenas de nostalgia, hasta que poco a poco se apagó con la últimos luz del horizonte.
El cisne - dijeron conmovidos los peces, los pájaros, todos los animales del prado y del bosque, es el cisne que muere.
Imagen: mundo-animal.net
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